Don José Nieto Nieto, maestro nacional

Podríamos definir a D. José como un buen hombre o como un hombre bueno, que en este caso vienen a coincidir. Nadie que acudiera a él quedó sin atención; quien necesitó de un consejo, podía acudir a escucharlo de sus labios; quien necesitó de un buen amigo, sabía que podía tenerlo en él. Su peculiar manera de ser, afable, simpática y agradable, le hacía sentirlo cercano, confidente, confiable. Si existiese la santidad laica, fuera de las iglesias, sin duda sería un firme candidato a los altares sociales… Su figura solitaria, caminando con paso largo y acompasado por la calle principal del pueblo, yendo a trabajar o volviendo a su casa a altas horas de la noche, envuelto en la eterna gabardina más larga de lo normal para su talla y un poco raída por el largo uso de la misma, era una estampa clásica en el pueblo. El respeto con el que se le dirigían los niños, las palabras afectuosas que tenía para ellos y las formas educadas y atentas con las que él se dirigía a los demás, aumentaba su merecido reconocimiento y respeto por parte de la población. Era D. José, el maestro.